martes, 23 de agosto de 2011

Tan lejos, tan cerca

Partimos a Santiago con tus abuelos Pati, Enrique y Cristina, quienes nos acompañaron hasta la clínica, esa noche del martes. Yo estaba aterrada. No sé si pude dormir luego de la conversación con el anestesista, sólo me acuerdo que a las seis de la mañana ya estaba en la ducha y preparándome para la cesárea. Obviamente me fui llorando y lloré todo lo que duró la operación, y no precisamente de emoción, sino de miedo- me da mucho miedo todo lo relacionado con hospitales y clínicas (tú eres seco, súper valiente!!!)- hasta que te sentí llorar (8:19 horas). Esa, para quienes son mamás, debe ser la sensación más increíble y hermosa de la vida. Llorando, te pusieron a mi lado, te di un beso y te fuiste. No te vi hasta las siete de la tarde, pero tu papá te acompañó un ratito mientas el pediatra hacía lo suyo. Pesaste 3.150 y mediste 50,5 cm.

Muy acompañados, esperamos ansiosos y muy nerviosos la llegada de Felipe con las novedades de tus operaciones. Las noticias fueron buenas y cuando ya había pasado el efecto de la anestesia y me sentía mejor, me llevaron a la neo, para RE- CONOCERTE.

Al contrario de las otras mamás, a las que les llevan a sus guaguas en cunitas, vestidas con las pilchitas que eligieron ellas mismas para la ocasión, yo tenía que ir a acompañarte a tu camita, en la que estabas en pañales, de guatita, solo. Estábamos a 20 metros de distancia, los dos en plena recuperación port operatoria. Tan lejos, tan cerca.

Eras exquisito. Larguiricho, de nariz puntuda y ojos bien abiertos. Yo no me atrevía a tocarte mucho, me daba miedo entorpecer el proceso. Pero quería estar todo el rato a tu lado. De hecho, pedía varias veces al día que me inyectaran calmantes, ya que tanta conversa con las visitas y tantos paseos a la neo, me pasaban la cuenta. No me importaba. Quería ver y saberlo todo: cómo mudarte, cómo darte la leche, cuál era la técnica del cateterismo, qué remedios tomabas, cuál era tu temperatura, a qué hora despertabas...
Así pasamos cinco días, yendo y viniendo de mi pieza a la neo. Pocos te pudieron visitar, el control era estricto.
El domingo me dieron el alta, y yo, sólo quería quedarme en la clínica hasta tu salida, que si todo salía bien, sería dentro de una semana. Pero tuvimos que dejarte ahí. Llegar con guata y salir sin guagua en brazos fue terrible, Gaspar. Mi único consuelo fue que al fin te había podido tomar, abrazar, dar besitos y decir al oído que te amaba con el alma y que iría a acompañarte todo el día. Te dije también que te esperábamos con ansias, que teníamos todo listo para recibirte en tu casa, que toda la familia y los amigos querían conocerte y que ya habías recibido muchos regalos. Que todos estaban rezando por ti y que eras un niño muy fuerte. Y que todas las lágrimas habían quedado atrás, porque ahora nosotros teníamos el mejor y más lindo motivo para sonreír.


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