martes, 30 de agosto de 2011

De tal palo...

Luego de algunos días de refugiados donde tus abuelos, decidimos que era hora de estar en nuestra casa. Nos vinimos, conociste a tu nana, la Ilia, y comenzamos a organizar nuestra nueva vida. Como era verano, salíamos a pasear por las mañanas, dormías siestas largas, recibíamos visitas...todo iba bien y tu poco a poco te adaptabas.

Era entonces la hora de comenzar con NUESTRA rehabilitación.

Susana, tu fisitra, diseñó los ejercicios y nos mandó a la Teletón. Ir a la Teletón implicaba mucho más que eso....era dar un paso enorme, entrar en un sistema, conocer historias similares, y para eso debíamos tener no sólo la fuerza, sino también la capacidad de enfrentarnos a la realidad. Me costó mucho, lo dejaba siempre para "mañana"....así que empezamos en la casa. Entonces conocimos a la Andrea, tu kinesióloga, quien dirige un colegio, el Cedip, y tiene mucha experiencia pues día a día comparte con niños con capacidades especiales. Con ella trabajabas tres veces a la semana en lo que es tu gimnasio, o nuestra sala de estar multiuso. Pelota, colchoneta, cuña, rollo, aceites para masajes, música, teníamos todo preparado para tus terapias, las que observaba atentamente, pues debía replicarlas a diario.



Lo primero que debíamos hacer era potenciar el control cefálico y la postura, y darle información a tus piernas. Para eso, nos hicimos una cajita donde teníamos cosas de diferentes texturas. La idea es que pudiaras diferenciarlas y que tu cerebro fuera guardando esa información. Inventamos juguetes que quizás les puedan servir a otros niños: botellas plásticas con garbanzos, campanitas de navidad pegadas en una cinta, móviles de ramas, frasquitos de colonia con agua fría, bien fría....





Eras muy flojo, Gordito. Al principio, como eras chico, no entendías mucho lo que pasaba y dejabas que la Andrea hiciera la rutina....pero con el tiempo....era algo complicado. La veías llegar y te ponías a llorar (lo mismo que te pasaba con los doctores). Yo me angustiaba mucho, pero ella me explicaba que era cosa de tiempo, que teníamos que dejarte llorar y que, de todos modos, estabas trabajando bien....Pasamos así de los tres meses hasta que cumpliste un año. Nada te podía doler, sólo te daba lata hacer ejercicios. LLorabas la hora entera, y cuando terminábamos y te tomaba, la cosa cambiaba radicalmente. Y yo, no dejaba de pensar en que la sangre tira, que odio los gimnasios, que tu papá jamás se ha puesto un buzo y que para los tres, no había nada más rico que estar acostaditos en nuestra mega cama, bien abrigados, viendo monitos en la tv.

Al año maduraste Gaspar, y gracias a ti, yo también. Ya te contaré...



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